El chopo cabecero

El chopo cabecero, de Chabier de Jaime Lorén

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En su origen las riberas de la cordillera Ibérica estarían pobladas por bosques caducifolios mixtos en los que destacaría el álamo o chopo negro (Populus nigra), el álamo blanco (P. alba), el fresno (Fraxinus angustifolia), el olmo (Ulmus minor) y diversas sargas (Salix atrocinerea, S. alba y S. eleagnos). Durante siglos el ser humano ha transformado estos ecosistemas en tierras de labor. Al ser espacios susceptibles de inundarse, las propias orillas de los ríos eran orientadas hacia la producción de madera y de pasto mediante una gestión activa de la cubierta vegetal. El fuego, el hacha y el ganado conducían hacia formaciones abiertas, mientras se seleccionaban o plantaban ciertas especies de árboles a los que se aplicaban cuidados. Este es el caso del chopo negro.

Según el tipo de manejo aplicado este árbol puede presentar tres tipologías. Si no existe intervención humana relevante se habla de chopos íntegros o vírgenes ya que el tronco sigue su crecimiento natural. Los tallares son aquellos procedentes de árboles íntegros que al ser talados al nivel del suelo producen numerosos rebrotes desde el tocón, que posteriormente serán cortados en turnos de duración variable. Por último, si el tallo de los chopos se corta a una altura tal que sus brotes no sean accesibles al diente del ganado se habla de árboles trasmochos (1,2). En el sur de Aragón, chopo cabecero es el nombre popular del chopo sometido a una escamonda periódica para obtener madera, combustible y forraje.

Rasgos morfológicos

Su tronco es derecho y grueso. En su extremo superior se ensancha y ramifica por el desmoche repetido: es la cabeza. Cada corte se hace sobre los anteriores por lo que, con el tiempo, crece en grosor y altura, resultado de la continua creación de labios de cicatrización y de la compartimentalización. Esta parte del árbol soporta el gran peso del ramaje y una importante tensión en episodios de fuertes vientos. Sobre la cabeza se forman pocetas al acumularse el agua de las precipitaciones, que termina por evaporarse o infiltrarse en el leño. A lo largo del tronco y de la toza aparecen brotes epicórmicos, abultamientos de tejido meristemático procedentes del cambium tras su lignificación y de los que nacen haces de ramillas (3).

Las ramas, conocidas como vigas, nacen a una misma altura sobre la cabeza y alcanzan unas dimensiones similares unas con otras. Al ser una especie muy heliófila, crecen con gran rectitud aunque con cierta divergencia, rasgo que lo distingue de otras variedades. Un chopo cabecero medio que crezca en un espacio abierto tiene un tronco de dos metros de altura (gráfica 1), otro corresponde a la cabeza y unos dieciséis a las ramas. La mayor parte de los ejemplares son pies femeninos.

Reservorio genético

Desde el siglo XVIII se vienen introduciendo en Europa diferentes variedades, subespecies y especies de chopo alóctonas que han relegado a las variedades locales del chopo negro euroasiático (4). Primero fue el chopo lombardo (Populus nigra var. italica), después el chopo carolino o negro americano (Populus deltoides) y, últimamente los híbridos canadienses como cultivo a gran escala. Los chopos que hoy se plantan y, los que nacen espontáneamente en las riberas, contienen una proporción notable de genes de las variedades foráneas.

El papel del chopo cabecero como reservorio puede ser importante. Su cultivo secular y la edad de bastantes individuos (próxima a los 300 años), evidencia que se trata de ejemplares con un material genético no afectado por la contaminación genética al ser anterior a la introducción de las variedades y especies exóticas. Hoy esto es muy escaso en Europa y realza el interés de los viejos chopos trasmochos.

Gestión tradicional

El chopo cabecero es una modalidad de aprovechamiento de esta especie. Dentro de una economía agrícola de autosuficiencia constituía un uso agroforestal de los márgenes de los campos con acequias, barrancos, y más comúnmente, junto a los ríos. Eran plantados por los propios campesinos, quienes los cuidaban y se beneficiaban de sus productos. Se plantaban no muy distanciados, introduciéndose en cada hoyo un vigoroso tallo obtenido de otro chopo cabecero escamondado ese mismo invierno (3). Seguramente, el hombre ha realizado una selección de aquellas variedades de chopo negro productoras de ramas más rectas y con mayor capacidad de soportar un régimen periódico e intenso de escamonda (5).

A los cinco años se despuntaba el arbolillo a unos dos metros de altura, adquiriendo desde entonces los rasgos propios del chopo cabecero. Cuando las vigas alcanzaban un diámetro de 20 cm. se obtenía la primera cosecha de madera Esta práctica, en adelante, se repetiría entre cada doce o quince años. La escamonda se realizaba siempre a savia parada, con luna menguante y, preferentemente, a la salida del invierno. El corte se realizaba sobre la inserción de la viga en la cabeza. Tras su rebrote, se aclaraban las ramillas seleccionando las más rectas y mejor dispuestas y comenzaba de nuevo el ciclo(3,5).

Aprovechamientos

Los chopos cabeceros, como buenos trasmochos, son árboles de trabajo (6). No son los únicos en este sector de la Ibérica, pues así también se gestionan sauces blancos, mimbreras y fresnos, pero sí los más característicos. Se han encontrado referencias bibliográficas que describen explícitamente esta técnica de gestión en la cuenca de Gallocanta de 1790, aunque su origen muy probablemente sea muy anterior.

Las ramas de los chopos cabeceros han sido históricamente empleadas en la construcción como vigas, tanto en cubiertas como en solados. Este árbol reúne un alto ritmo de crecimiento, palos largos y rectos con unas propiedades mecánicas adecuadas, pudiendo obtenerse además cinco o seis vigas de calidad de un mismo ejemplar. Su madera es resistente a la carcoma y podredumbre especialmente en ambientes de baja humedad. Era utilizado en la construcción de viviendas, pero sobre todo en la de graneros, pajares y parideras (3).

El chopo cabecero forma parte de la cultura ganadera de ovino tradicional de este territorio. Es habitual que las choperas funcionen como vías pecuarias locales en los movimientos de rebaños dentro de un mismo término (5). Al disponerse sobre el fondo de los valles, las ovejas aprovechan los pastos mientras se desplazan. Salpicadas con sus monumentales árboles, estos frescos prados comunales, son en realidad alargadas dehesas. La hoja del chopo, sin ser muy nutritiva, gusta mucho al ganado. En general, la oveja y la cabra comían aquellas que les resultaban accesibles y las de las ramillas que les cortaba el pastor. En el Maestrazgo el uso forrajero era el principal; antes de que cayera la hoja eran cortadas todas las ramillas de cada viga y tras su recogida servían de alimentación invernal al ganado. Un uso aún vigente de las choperas de cabeceros es como majadas veraniegas para el sesteo del rebaño, al contar con intensa sombra y agua próxima.

En los páramos turolenses el frío invernal es intenso y prolongado, por lo que la leña ha sido un recurso energético de gran valor al tratarse de un territorio muy deforestado. Vigatillas y ramas menores eran recogidas tras cada escamonda para su uso en calefacción doméstica o en pequeñas industrias.

El cultivo del chopo en los márgenes de ríos, ramblas o acequias estabilizaba los taludes ante la acción erosiva del agua y protegía las fincas contiguas. La madera de chopo cabecero también se empleaba en carpintería, en minería y para la fabricación de cajas y viruta para embalaje de fruta.

Distribución geográfica

Aunque el chopo negro tiene una amplia distribución en Europa, en su forma de trasmocho no es nada de habitual (7). Así, conocemos la presencia de formaciones forestales de relieve tan solo en Inglaterra, Hungría, Turquía y España, aunque pueden encontrarse en pequeños grupos en otros países.

Antaño debió ser común en amplios territorios de la mitad norte de la península Ibérica donde han quedado discretas arboledas en las riberas de Castilla y León. Pero es en los ríos de la cordillera Ibérica aragonesa donde pueden encontrarse las choperas de cabeceros más extensas, continuas y mejor conservadas.

Nuestro estudio se ha circunscrito al sur de Aragón. El chopo cabecero es abundante en la zona centro y noroeste de la provincia de Teruel, especialmente en las cuenca alta del Martín, Guadalope, Alfambra, Aguasvivas, Huerva y Jiloca. Se extiende hacia el oeste de la provincia de Zaragoza por la extensa cuenca del río Jalón, en la de Gallocanta y el Mijares, aunque ya son masas discontinuas y localizadas (mapa 1).

Su rango altitudinal va desde los 500 metros en los piedemontes del valle cercanos al Ebro hasta los 1400 en las montañas y altiplanos, donde alcanza sus mejores formaciones siendo, en muchos casos, los únicos árboles en amplios territorios.

Vida silvestre

El chopo cabecero desempeña un papel predominante en los ecosistemas riparios humanizados de una amplia zona de la cordillera Ibérica.

Sus arboledas modifican las características físicas del medio. Así, crean ambientes umbríos en el sotobosque y en el agua, regulan la oscilación térmica, aumentan la humedad relativa, al tiempo que intervienen en el comportamiento hidrológico almacenando agua en el acuífero, retrasando avenidas, protegiendo márgenes e incrementando la sedimentación.

También condicionan la composición y la organización de la comunidad biológica. Estos árboles producen una gran cantidad de materia orgánica. Por otra parte, ofrecen en su interior una amplia gama de ambientes (huecos, grietas, charcas, rezumados, etc.) con particulares microclimas que resultan apropiados para una amplia gama de seres vivos que los emplean como soporte, refugio o lugar de cría.

En principio, las choperas de cabeceros están lejos de poder ser consideradas como bosques de ribera maduros. Sin embargo, sí que presentan rasgos propios de los bosques maduros y que hoy son muy difíciles de encontrar en las actuales riberas ibéricas. En aquellas son muy abundantes los árboles vivos de grandes dimensiones y con una gran cantidad de madera muerta.

En la superficie prosperan algas epífitas. Las diatomeas optan por cortezas con orientación norte, mientras que las cianofíceas y las clorofíceas (unicelulares o filamentosas) lo hacen en los puntos en los que rezuma el agua infiltrada desde la toza formando mucosidades que recorren verticalmente el tronco.

Los líquenes que los colonizan son especies heliófilas y arborícolas. Los musgos son mucho menos abundantes por su mayor requerimiento hídrico, por ello ocupan la base del tronco y las zonas menos expuestas de la cabeza. Si bien no son comunes, también pueden encontrarse plantas vasculares epífitas sobre los propios árboles, bien por su dispersión por el viento (gramíneas) bien por ser diseminados por animales frugívoros (agracejo, escaramujo o espino albar) que descansan sobre el propio chopo.

Los hongos intervienen de forma decisiva en el funcionamiento de estos viejos y monumentales chopos. Algunos se asocian con el árbol en sus raíces formando micorrizas. La biomasa acumulada como madera muerta y hojarasca es aprovechada por especies saprofitas que contribuyen al reciclaje de los nutrientes minerales; es habitual que cuando el micelio se desarrolla sobre madera senescente tienda a compartimentalizarla creando en su interior diversos microhábitat (2). También hay especies como la armilaria (Armillaria melea) que mientras en el chopo cabecero funciona como un saprófito facultativo, sobre cultivos de chopos híbridos muestra una gran patogenicidad. Dos especies destacan: la seta de chopo (Agrocybe aegerita) por su aprovechamiento culinario y el yesquero (Fomes fomentarius) por los enormes cuerpos fructíferos que produce.

La fauna invertebrada propia de los chopos cabeceros no ha sido estudiada. Pero es bien conocido que los invertebrados saproxílicos requieren ambientes con un gran número de árboles maduros y viejos con signos de decadencia, agujeros de podredumbre, rezumados de agua o savia, así como madera muerta tanto en la copa como en la médula del tronco; es también importante la existencia de árboles muertos, tanto en pie como caídos y todavía más si ha habido una continuidad histórica en dichas arboledas (2,9).

El aprovechamiento tradicional del chopo negro mediante escamonda ha originado unos árboles que coinciden con los requerimientos de los invertebrados saproxílicos. Este sistema de manejo acelera la aparición de rasgos seniles en el árbol pero en cambio consigue ejemplares mucho más longevos al eliminar periódicamente el ramaje y fomentar el rebrote, además de conseguir troncos más gruesos y un gran desarrollo de la toza.

Las partes muertas de la médula del tronco y de la cabeza se descomponen con cierta celeridad por la acción de los hongos y los invertebrados saprófitos. Por otra parte, la apertura de huecos, la formación de cavidades, la aparición de grietas, el desarrollo de cuerpos fructíferos fúngicos, la creación de charcas y de filtraciones superficiales multiplican las posibilidades de hábitat para estos organismos.

Otra de las cualidades de las formaciones forestales ribereñas es su continuidad y cierta extensión. Las masas de cabeceros, en algunos tramos del Alfambra o del Pancrudo, pueden alcanzar más de veinte kilómetros de longitud, así como una importante ocupación territorial a lo largo de la red hidrográfica, donde resulta fácil la conectividad. Esto confiere estabilidad y garantiza la conservación de las comunidades de invertebrados saproxílicos.

En Europa hoy son muy escasos los bosques ribereños bien conservados. Todavía más lo son aquellos que presentan una proporción elevada de árboles viejos. Las formaciones de chopos cabeceros no son bosques en realidad pero sí llevan albergando un gran número de ejemplares viejos, de grandes dimensiones y con una gran continuidad en el espacio (cientos de kilómetros) y en el tiempo (al menos trescientos años y posiblemente muchos más). Estamos, pues, ante un aprovechamiento que ha propiciado la supervivencia de la fauna propia de los bosques riparios europeos primigenios (2).

Diversas especies de aves hacen uso del alimento, lugar de cría y refugio que les ofrecen los chopos cabeceros. Los más representativos son el agateador común (Certhia brachydactyla), el pito real (Picus viridis), la oropéndola (Oriolus oriolus), el autillo (Otus Scops), la grajilla (Corvus monedula) y el mochuelo (Atiene noctua).

Los reptiles y anfibios utilizan más los troncos y ramas caídas que los cabeceros erguidos, aunque a las grandes serpientes, como la culebra bastarda (Malpolon monspessulanum) no dudan en cobijarse en los profundos huecos en la invernada.

Los mamíferos que utilizan los viejos cabeceros son muy variados. Destacan los murciélagos que hacen uso de los agujeros y grietas del tronco y de la cabeza en distintos momentos de su ciclo biológico. Además, pueden encontrarse otros como el ratón de campo (Apodemus sylvaticus), el lirón careto (Elyomis quercinus), la gineta (Genetta genetta), el gato montés (Felis sylvestris) o la comadreja (Mustela nivalis).

Valor paisajístico y cultural

Las arboledas de chopos cabeceros tienen un gran papel en la construcción del paisaje pues rompen la monotonía del panorama agrario en las altos páramos turolenses mientras configuran auténticos corredores ecológicos entre las montañas y las tierras bajas a través de los valles. Son los últimos restos de vegetación ribereña y, en muchos casos, los únicos árboles en muchos kilómetros cuadrados. Es el suyo, así mismo, un paisaje de acusada estacionalidad con episodios de intensa belleza que coinciden con el verdor primaveral y, especialmente, la explosión dorada otoñal.

Estas formaciones de viejos chopos trasmochos constituyen la arquitectura vegetal de un paisaje de origen antrópico que tiene una identidad propia y que caracteriza a un territorio (8).

El número de chopos cabeceros existentes no es conocido aunque se considera de gran magnitud, pudiendo llegar a los cien mil. Un estudio realizado durante 2003 en la pequeña cuenca del río Pancrudo (468 km2 de superficie y 194 Km. lineales de riberas) dio un censo de 23.015 ejemplares, de los que 5.520 (23,9%) son monumentales, es decir, árboles de gran cabeza y con troncos de más de 150 cm. de diámetro (5). Este patrimonio vivo es algo único en Europa.

Estos paisajes tradicionales, fruto de la interacción entre la naturaleza y la cultura, están hoy tan amenazados por los profundos cambios en el medio rural que deberían ser incluidos en la lista roja publicada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Este aprovechamiento agroforestal es también un patrimonio etnobotánico. Su empleo como vigas en la construcción o como combustible, la extracción de su forraje o el difícil arte de trabajar con el hacha sobre el árbol, son muestras de la sabiduría popular ancestral

Amenazas

Los cambios sociales, económicos y técnicos acontecidos en los últimos cuarenta años han propiciado el abandono de los usos tradicionales de los chopos cabeceros y, por tanto, de los cuidados que los mantenían.

Los trasmochos encuentran una creciente dificultad en soportar el ramaje sobre su tronco, problema que se resuelve despojándoselo en la siguiente escamonda. El cese de la escamonda inestabiliza el sistema debido al enorme peso de las vigas y a la gran exposición al viento por su gran longitud: las ramas se tronzan y caen, mientras los troncos se desgajan.

Tradicionalmente la escamonda mantenía unos turnos de entre 12 y 15 años. Un censo realizado en la cuenca hidrográfica del río Pancrudo (Teruel) puso de manifiesto que el 62,5 % de los chopos cabeceros habían sido escamondados hacía veinte años o más (gráfica 2). Si no se reinstaura el sistema de gestión, en menos de veinte años se producirá un colapso de estas choperas monumentales.

Los árboles que han perdido el régimen regular de desmoche presentan una anomalía funcional que se traduce en una disminución de supervivencia, especialmente acusada en los ejemplares más viejos. Precisamente los de mayor valor ambiental.

En las últimas décadas se aprecia un descenso en el nivel freático de los acuíferos originado por la disminución en el régimen de precipitaciones y el incremento en el consumo de agua con fines agrícolas. Este hecho limita la disponibilidad de agua para la vegetación ocasionando estrés hídrico y la muerte del extremo apical de cada viga, además de un adelanto en la senescencia y caída foliar.

Desde 1950 el Patrimonio Forestal del Estado fomentó el cultivo de chopos híbridos euroamericanos sobre aquellas riberas en las que preexistían importantes masas de chopos cabeceros lo que provocó la tala de docenas de miles de ejemplares. Estos viejos árboles fueron considerados por los gestores forestales como refugio de plagas forestales y de baja productividad, ideas que acabaron calando entre los agricultores. En otros casos, los árboles fueron cortados para evitar el sombreado en los cultivos sin llegar a ser sustituidos por ningún otro.

Las Confederaciones Hidrográficas del Ebro y del Júcar realizan periódicas limpiezas en los cauces para facilitar la circulación del agua durante las crecidas. En ellas las máquinas verticalizan los taludes y sobreexcavan el lecho, lo que daña las raíces y favorece la inclinación –y caída- de los chopos. También se eliminan aquellos cuerpos susceptibles de acumularse y obstaculizar el tránsito del agua. Muchos árboles y arbustos, especialmente muchos viejos cabeceros, son así cortados y quemados. Amplios tramos de las riberas del Jalón, Piedra, Perejiles o Jiloca han sido arrasados lo que ha elevado denuncias a la Comisión Europea por su impacto ambiental.

Por otro lado, con el fin de reducir las pérdidas de agua, las administraciones están promoviendo y financiando a las comunidades de regantes la canalización y cementado del cauce de grandes acequias, así como el entubamiento de otras menores. Kilómetros de carrizales y herbazales que surcaban las vegas a los que se asociaban interesantes comunidades biológicas han desaparecido. A la vez, multitud de chopos trasmochos se han quedado con las raíces secas y comienzan a decaer como puede verse en las cuencas del Martín y la del Jiloca.

Las concentraciones parcelarias abren drenajes y modifican los cursos de agua afectando a los sotos y arboledas que las orlan. Talas de chopos cabeceros han sido denunciadas por asociaciones ecologistas en el valle del Alfambra (Camarillas) y en el del Guadalope (Cuevas de Almudén y Jarque de la Val). Es paradójico que en estos parajes no hay otros árboles que los viejos álamos trasmochos.

La construcción de embalses se asocia a la desaparición de los bosques de ribera, siendo chopos cabeceros en muchos casos. Esto ya ocurrió hace décadas en los embalses de La Tranquera, Aliaga, Cueva Foradada y Las Torcas. Más recientemente, en la construcción del Pantano de Lechago, se estima una pérdida por la inundación de unos 560 cabeceros (prácticamente todo el tramo bajo del río Pancrudo), siendo al menos 40 de ellos de dimensiones monumentales (5). Los embalses proyectados en Los Alcamines y en Las Parras de Martín son nuevas amenazas.

Antaño, los herbazales y carrizales que crecen en las acequias eran segados por los propios agricultores. Recientemente se ha extendido la costumbre de quemar esta vegetación seca durante el invierno. El chopo, al ser una especie muy sensible al fuego, sufre grandes daños durante estas quemas, lo que provoca la muerte de varios cientos de árboles cada año.

Propuesta de gestión

En amplios territorios de la cordillera Ibérica los chopos cabeceros ya han desaparecido o están a punto de hacerlo, siendo un pálido reflejo de lo que antaño fueron. En otras zonas este proceso ya se ha iniciado y, si no se interviene de forma decidida, correrán la misma suerte al cabo de pocas décadas (gráfica 3).

Algunos gestores consideran que estos álamos trasmochos son fruto de unas condiciones sociales y económicas del pasado y que hoy carece de sentido continuar el modelo de gestión de los originó y mantuvo durante siglos. Vamos, que habría que ir dejándolos morir.

Por otro lado, cada vez es más patente entre gestores y asociaciones culturales y conservacionistas el valor ecológico, genético, etnológico y paisajístico que atesoran estos añosos árboles, por no hablar de nuevos usos como el energético o el turístico.

Como medidas a aplicar para conservar estos bosques, consideramos que las administraciones que gestionan las riberas (confederaciones hidrográficas) y los bosques (Departamento de Medio Ambiente) deben intervenir activamente y retomar el régimen de escamonda de los chopos cabeceros, al menos los que se encuentran sobre Dominio Público Hidráulico. Por otra parte, creemos que deberían establecerse incentivos para los agricultores propietarios de estos viejos chopos mediante la aplicación de medidas agroambientales por sus valores ecológicos y paisajísticos.

Así mismo debe estudiarse la creación de una figura como la de parque cultural que actúe como promoción de estos magníficos monumentos naturales, un patrimonio único en Europa producto del saber hacer de nuestros mayores.

Bibliografía

(1) MONTOYA, J.M. (1993), Chopos y choperas, Madrid, Mundi-Prensa.

(2) READ, H. (2000), Veteran Trees: A guide to good management, English Nature, Birmingham.

(3) DE JAIME, CH. (1994), “El chopo cabecero. Una actividad agroforestal integrada”, Surcos y pueblos de Aragón nº 41, pp. 39-41, Zaragoza, Departamento de Agricultura del Gobierno de Aragón.

(4) VAN DAM, C. & BORDÁCS, S. [eds.] (2002), Genetic diversity in river populations of European Black Poplar, Budapest, Csiszár Nyomda.

(5) HERRERO, F. (2004), El chopo cabecero (Populus nigra L.) Cartografía y estudio de la población actual en los bosques de ribera de la cuenca del río Pancrudo (Teruel). Propuestas de gestión. Calamocha. Inédito.

(6) GREEN, T. (1996), “Pollarding-Origins and some practical advice” British Wildlife 8:2, p. 100-105.

(7) COOPER, F. (2006), The Black Poplar. Ecology, History & Conservation. Bollington. Windgather Press Ltd.

(8) SOLAGRO (2003), Architectures végétales de Midi-Pyrénées, Toulouse, Conseil Regional Midi-Pyrénées

(9) CAMPRODON, J. & SUBIRACHS, E. [eds.] (2001), Conservación de la biodiversidad y gestión forestal: su aplicación en la fauna vertebrada, Barcelona, Universitat de Barcelona.


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