Etnología
El paisaje cultural de nuestra comarca responde a una profunda interacción del hombre con su entorno y revela una constante voluntad de adaptación en la que no se han regateado esfuerzos para mejorar las condiciones de vida. El uso primario -o con mínima transformación- de los materiales del entorno, cuyo sustrato mantiene una sensible continuidad a lo largo de la cordillera Ibérica, junto con la persistencia de técnicas constructivas de antiguo origen, han perfilado una variedad de soluciones destinadas a resolver los problemas vitales de las pequeñas comunidades humanas que se asientan en este territorio.
Arquitectura popular. El urbanismo y la vivienda
El poblamiento del valle del Jiloca está concentrado en pequeños pueblos, no muy lejanos entre sí, acomodados en valles y laderas, al resguardo del temible cierzo y buscando la orientación del sol. La cercanía de los recursos tróficos y la satisfacción de las necesidades defensivas en ciertos momentos se han conjugado para perfilar este tipo de colonización del territorio. Persisten, sin embargo, pequeñas unidades alejadas de los núcleos urbanos, antiguas masadas, tan sólo utilizadas ahora como explotaciones ganaderas.
Las formas urbanísticas de nuestros pueblos gozan de ese aspecto popular de la arquitectura rural, que se caracteriza por el hallazgo de sencillas soluciones constructivas y el empleo de los materiales del entorno, ofreciendo una imagen de naturalidad de gran efecto estético.
Es típica la estampa de nuestras calles con viviendas alineadas de tres alturas, la última de menor alzado que las dos primeras, aunque con importantes diferencias entre las casas de la clase más pudiente y las casas más humildes en materiales, diseño, acabado exterior y dimensiones, en su conjunto parecen responder a un mismo patrón de uso capaz de solventar las necesidades de sus moradores.
Las duras jornadas de trabajo en los campos para procurar el sustento, "de sol a sol", o "día y noche" para los pastores, generan nuevas necesidades de protección frente a la adversidad climatológica o las alimañas. Un sencillo paseo permite apreciar la continuidad de la ocupación desde los más remotos tiempos. En los campos de labor y viñedos, se observan a menudo construcciones diversas, utilizando la técnica de piedra seca, a base de materiales extraídos del entorno. Casetas de pequeño porte, construidas con finalidad de resguardo y vigilancia, a veces cubiertas de ramas y tierra. Otras casetas de mayor porte, con propósito de refugio más duradero y consistente, pueden utilizar mayor variedad de materiales o algunos más elaborados, mamposteria trabada con barro, adobe, tapial, teja árabe y yeso. En los eriales alejados de la población se pueden observar algunas cabañas de pastor, todavía en uso, construidas por los propios pastores con mampostería de losetas y rematadas en falsa bóveda, por aproximación de hiladas.
Pero quizás, una de las construcciones más características en nuestros campos sean las parideras, a veces con pequeña casa aneja para el pastor. Suele tratarse de un edificio a dos vertientes, divido en dos huecos por una medianil. Los accesos a nuestros pueblos se hallan frecuentemente perfilados por interminables paredes a piedra seca que delimitan espacios de diversa finalidad, las cerradas, ejidos, hortales, y arreñales, a veces jalonados por palomares de planta circular o cuadrada. En algunos casos fueron viejos torreones readaptados para dar cobijo a tan pacíficas aves. Los viejos colmenares, ornos, como aquí se les denomina, se asientan en lugares estratégicos, ahora ya convertidos casi en ruinas y sustituidos por las modernas colmenas movilistas. Las antiguas eras y pajares, agotada su original finalidad, siguen siendo objeto de interés para levantar otras instalaciones y espacios adecuados para las modernas actividades económicas, granjas, naves de almacenaje y otros. Finalmente, el pueblo es el lugar conocido y bendecido, cuyos limites hallamos en las cercanías marcados por singulares elementos, los peirones, que revestidos de los pertinentes atributos religiosos, difunden su protección espiritual sobre los caminantes frente a lo desconocido.
No podemos olvidarnos tampoco de la singular arquitectura del agua que podemos encontrar en los valles del Jiloca y Pancrudo.
La práctica de actividades deportivas, como el juego de pelota, ha tenido un fuerte arraigo en toda la comarca. Este arraigo se mantiene en pueblos como Blancas, que viene organizando anualmente partidos de pelota mano con presencia de grandes figuras nacionales. Las dimensiones y buena factura de los trinquetes que perviven en nuestros pueblos, como Fonfría, Godos, Ferreruela, Barrachina, Olalla, y Villar del Salz, -aunque ahora funcionalmente trasformados en su mayoría- dan idea de la relevancia social del juego de pelota en tiempos pretéritos.
Las nuevas demandas sociales en materia deportiva se dirigen últimamente hacia el juego de pelota en su modalidad de frontón y de pista de tenis. Muchos de nuestros pueblos disponen de estas instalaciones que se completan con piscina al aire libre, campo de futbol y pista polideportiva. Las localidades más grandes disponen de pabellón polideportivo, que dan cobijo a numerosas especialidades deportivas.
Actividades económicas
El carácter agropecuario de la comarca se complementaba con la importante riqueza forestal y minera en otros tiempos. Imponentes bosques de carrasca y roble de sus serranías constituían la base energética necesaria para la transformación de los minerales -metálicos y no metálicos- localizados en su entorno, hierro, cobre, yeso, cal, arcillas, sal, etc. El aprovechamiento de esta variedad de recursos proporcionaba casi toda la gama de útiles necesarios para el desenvolvimiento de la vida, a la par que la transformación de los recursos agrícolas y ganaderas proporcionaba el sustento básico y cubría las necesidades de vestido.
Las extracciones y transformaciones mineras, cobre, sal y hierro, han cubierto una etapa importante. Merece destacarse en especial que la explotación de hierro y la consiguiente explotación de los recursos forestales para su fundición han contribuido de forma inexorable a la transformación del paisaje, facilitando el desarrollo de los cultivos agrícolas en los suelos más profundos de la margen izquierda del Jiloca, pero también, dejando un verdadero desierto en las áreas rocosas o de mayor pendiente. Las algeceras en Navarrete, a orillas del río Pancrudo, dejaron de producir hace tiempo, y del arguilay, en Báguena ya no salen carros de arcilla, los hornos y chimeneas de las tejerías de Odón, Calamocha y otros pueblos, ya hace tiempo que perdieron su penacho de humo. Sin duda, los nuevos problemas requieren nuevas soluciones, de ahí el cambio inexorable y la evolución de las costumbres.
Predominan, ciertamente, las actividades agrícolas y ganaderas extensivas a las que es preciso añadir los cultivos de huerta en el valle. El cultivo de la vid, cuyo proceso completo podemos contemplar en "El Trasiego", museo privado de San Martín, alcanzó una enorme extensión hasta los años sesenta, acusa ahora un cierto retroceso. En torno a estas actividades giraba una multitud de ocupaciones a veces de carácter artesanal que cumplían la misión facilitar los medios de apoyo necesarios. Así, una cohorte de oficios, de los que podemos ver un sin fin de aperos y herramientas en las importantes colecciones privadas de Blancas, Tornos, Calamocha y Torrijo, permitía el aprovisionamiento de toda clase de bienes y servicios en el radio de acción de pocos kilómetros, encomendando al comercio el mínimo de productos que no pudieran obtenerse en las cercanías. Pero además de los productos agrícolas más comunes, destinados a la alimentación, vid, cereales y hortalizas, se han recolectado y cultivado otras plantas de carácter industrial como la barrilla, el cáñamo, lino y la remolacha azucarera.
Destaca, no obstante, la importante extensión que alcanzó el cultivo del azafrán a lo largo del curso medio del Jiloca y serranías adyacentes. Fue recurso de ahorro familiar de gran importancia estratégica para las clases menos pudientes con el que podían remediar inversiones o sucesos extraordinarios. El tiempo de recolección, o de los zafranes, a pesar de la dureza momentánea de la tarea, trae recuerdos muy agradables. Los pueblos se llenaban de esbrinadoras foráneas, y se amenizaban las tardes con bulliciosos bailes para la juventud.
El panorama de actividades económicas, no obstante, se ha simplificado con el paso del tiempo. Siguen dominado las actividades agrícolas y ganaderas, aunque la cabaña ovina ha disminuido notablemente y se ha incrementado la porcina en cría intensiva. Simultáneamente han disminuido de forma drástica todos los oficios artesanales, por obsolescencia o falta de rentabilidad de los mismos. Como recuerdo se han mantenido los siguientes museos:
- Pastelería Manuel Segura, Museo de la (Daroca)
- Museo del Azafrán (Monreal del Campo)
- Museo de la miel (Báguena)
- Museo del vino (San Martín del Río)
Religiosidad, creencias y costumbres
La concreción de la religiosidad en nuestra comarca, como una seña de identidad exclusiva del ser humano, es ciertamente singular. Cada núcleo humano, por pequeño que sea, trata de conservar sus lugares de culto de la manera más digna posible. Pero también siguen nuestros pueblos conservando la esencia de aquel pacto no escrito con sus respectivos protectores. La mayoría de los pueblos tienen su propio santuario al que peregrinan una vez al año. Pero incluso, por encima de cada localidad, se mantienen todavía algunos lugares de más alta consideración, los suprasantuarios que ejercen influencia en amplios territorios:
- Santuario de la Virgen de la Silla (Fonfría)
- Santuario de la Virgen de Pelarda
- Santuario de Nuestra Señora de la Langosta
- Ermita del Cristo de Herrera (Ojos Negros)
- Santuario de la Virgen de los Mártires (Murero)
Significativamente todos estos suprasantuarios se ubican en las altas sierras, quedando el valle apenas con santuarios de influencia estrictamente local, que constituyen elementos identitarios de primera magnitud. También habría que incluir los suprasantuarios de a Virgen de la Aliaga en Cortes, la Virgen del Tremedal y de la Virgen de la Hoz de Molina que extienden su influencia por numerosas localidades del valle del Jiloca.
Alrededor de estos lugares sacros, cuyos orígenes se intuyen anteriores a la romanización, como demuestran algunos topónimos, se han generado unas pautas de conducta que perviven al cabo de los siglos, todas ellas perfectamente enmarcadas en el contexto de su ciclo religioso-festivo de cada localidad. Como es propio de una comarca de profundas raíces agropecuarias, el ciclo religioso-festivo está íntimamente ligado al ciclo de producción de la naturaleza con la peculiaridad propia de estos climas tan extremados. Los días de fiesta están regularmente distribuidos a lo largo de los meses, aunque abundan más los festivos en el solsticio de invierno y en mayo.
En el ciclo han quedado insertos elementos anteriores, como la plantada de mayos en numerosos pueblos de la sierra para Pascua de Resurrección, vigentes hasta hace pocos años, o las enramadas para San Juan, o las hogueras de San Antón, o San Fabián y San Sebastián, o para San Blas, ligados al final del invierno. Pero también en otro tiempo, como celebraciones y ritos en el día de las ánimas que denotan la raíz céltica. Otros elementos menos claros han sido igualmente integrados en el ciclo cristiano, como la práctica de comidas de especial simbolismo, como la culeca para Pentecostés. Sin embargo el elemento más llamativo es el carnaval, fiesta indudablemente no religiosa, de raíces paganas, que a pesar de representar la inversión temporal del orden establecido tuvo que ser tolerada por las autoridades a lo largo de los siglos. Tal debía ser la fuerza de la tradición. Quedan testimonios de bailes profanos -el conocido reinau- organizados con tal motivo, en el famoso baile del cura recogido en Barrachina.
Otras celebraciones de indudable raíz cristiana como la Semana Santa siguen canalizando la religiosidad de las gentes y concitando la presencia de los hijos del pueblo en tan gran número como en agosto. Las antiguas cofradías de disciplinantes, antes habituales en muchos pueblos, como se recuerda en Odón, y representaciones dramáticas de diversos momentos de la Pasión, como el Abajamiento de Monreal, ambos de antiguo origen, han dado paso a vistosas procesiones que portan los tradicionales pasos, acompañadas a veces por incipientes bandas de tambores, bombos y trompetas, introducidas quizá por influencia del Bajo Aragón y de la capital.
Fiestas, danzas y música
Las fiestas en cada localidad siguen celebrándose de acuerdo con el viejo esquema que se remonta a la noche de los tiempos. El día queda estructurado en dos partes. La mañana dedicada principalmente a los actos religiosos, y la tarde -ahora extendida a la noche- dedicada a los actos profanos de todo tipo.
Se conserva de forma muy generalizada la novena, precediendo a la fiesta. Durante los nueve días, se vista la ermita o capilla del santo patrón, se celebran oficios religiosos en su honor y se cantan los gozos, que suelen ser composiciones propias de cada lugar, en general del siglo XIX. En otros lugares, se sustituye por la celebración de vísperas, como la Procesión del Rosario, en Luco. Otros, como Blancas o Navarrete, mantienen el Rosario de Aurora durante los días de la fiesta mayor, todos ellos con interesantes cánticos.
En el valle del Jiloca se conservan diversos ejemplos vivos de danzas o bailes procesionales en honor del respectivo santo patrón de la localidad. El baile de San Roque, de Calamocha, es uno de estos ejemplos, que modernizado y normalizado en los años cincuenta, tanto en la música como en la ejecución del baile, atrae numerosos visitantes. Llaman la atención las danzas procesionales de Cutanda, y Ferreruela, también en honor de San Roque, por su espontaneidad y vigor, que se hallan muy concurridas de jóvenes a pesar del efecto migratorio. Todos ellos suelen tener lugar durante la procesión que se enmarca en el contexto de los oficios religiosos previstos para la mañana.
La fiesta religiosa en muchos lugares, como se hace en Castejón de Tornos, en honor del Santo Ecce Homo, comienza con la visita a la casa del prior o mayordomo, quien presidirá los actos religiosos, misa y procesión, junto al sacerdote y el alcalde. Luego el prior ofrece un refreso a todo el pueblo. Se dice entonces que lleva el gasto de la fiesta. La figura foránea del mantenedor, en algunos lugares, parece costumbre importada de origen burgués, a imitación de capitales y grandes poblaciones.
Numerosas localidades de nuestra comarca contaban antaño con representaciones de teatro popular religioso, lo que en Aragón denominamos dance. Merece una referencia singular la celebración del dance de Odón, que se mantuvo vivo durante más de cuatrocientos años.
Los tradicionales juegos aragoneses de tiro de barra, los bolos y bolinches, la estornija, y las birlas, se van recuperando en numerosas localidades, no sólo con ocasión de las fiestas sino también como actividad cotidiana, tal como sucede en Monreal del Campo y Fonfría. La presencia de los toros en las fiestas se ha extendido a lo largo de los últimos años. Desde las corridas de toros, con o sin picadores, que promueven las poblaciones con mayor poder adquisitivo, a los festejos de vaquillas. Pero otras muchas localidades, de menor tradición taurina, prefieren organizar la cena comunitaria, con un buen estofado de carne de vaca, reminiscencia del ágape que celebraban tras las vaquillas estos años atrás.
La tradicional rolda o ronda de mozos, en las que todos los participantes debían tocar un instrumento o cantar obligatoriamente, era una forma práctica de hacer partícipes de la alegría de la fiesta a todos lo vecinos, convertida en las últimas décadas en charangas. Persisten importantes rondallas y cuadros de jota aragonesa en Monreal del Campo y Torrijo. El vacío provocado por la desaparición de las bandas de música a fines de los sesenta fue pronto ocupado en el ámbito de las celebraciones religiosas con la creación de la denominada misa baturra, a cargo del cuadro de jota y su correspondiente rondalla. Es muy frecuente en nuestros pueblos, que al menos uno de los días festivos cuente con la presencia de estos grupos tan del gusto popular.
La música popular de tradición oral, de gran pujanza en esta comarca en otro tiempo, con una gran nómina de gaiteros en Ferreruela, Castejón de Tornos, Cutanda, Monreal del Campo, Torrijo, se halla representada por Miguel Serrano Martín, discípulo de uno de los gaiteros con mayor renombre en Aragón que fue el tío Caramba de Cutanda. Es de destacar el esfuerzo de algunas localidades por recuperar viejos bailes, como el viejo reinau, denominado chapirón, en algunos lugares y baile del cura en Barrachina, o el Pasatrés de Godos, que los danzantes ejecutan tejiendo una vistosa de trenza al compás de una melodía de base binaria, tipo villano.
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