Acequia
Desde la antiguedad, todos los pueblos ubicados en el valle del Jiloca intentaron aprovechar el agua de los ríos para usos agrícolas, creando una túpida red de acequias o "cequias" que se extenderán por las terrazas fluviales de la cuenca. Forma parte de los elementos propios de la Arquitectura del agua.
Las grandes acequias reciben el nombre popular de ríos, lo que nos informa de la tremenda importancia que otorgaban a estos encauzamientos. En ocaciones, una misma acequia podía recibir distintos nombras para cada uno de sus tramos, sobre todo cuando se prolongaban por diferentes términos municipales.
Elementos constructivos
Una acequia, formalmente, es un canal o hueco alargado por donde se conducen las aguas para regar los campos. En función de la orografía del terreno puede ir excavada en el suelo o sobreelevada, protegida en este último caso por sendas paredes de contención o "cajeros" que encauzan el agua e impiden su dispersión.
En determinados lugares el nacimiento de la acequia puede situarse en un manantial, caso de las procedentes de los Ojos del Jiloca, pero lo más habitual es encontrar en su origen un azud o "impedimento" colocado en el río, que sirve para desviar el agua y encaminarla hacia el canal.
Para sujetar los cajeros de una acequia e impedir su deterioro era muy frecuente plantar chopos cabeceros u otros árboles, lo que ha permitido que cerca de las acequias se conserven las principales masas forestales de la vega.
Otros elementos importantes de las acequias son las "paraderas" o pequeñas compuertas ubicadas en los cajeros que sirven para dejar pasar el agua a los campos o encauzarla hacia otras aceicuelas más pequeñas. Es muy frecuente que de una acequia principal vayan saliendo otras secundarias, que reciben diferentes nombres como "aceicuela", "brazal" o "hijuela", hasta crear complejas redes de distribución.
También podemos destacar como otros elementos constructivos los gallipuentes o acueductos para pasar a los campos, los aguateles para la limpieza inicial de las acequias, norias cuando es preciso elevar el agua del cauce, acueductos, sifones y minas o caños para superar los accidentes topográficos.
Historia de las acequias
La datación de las acequias es muy compleja, salvo en contadas excepciones en las que se ha conseguido documentar. Por lo general estas referencias documentales nos informan de la existencia de la acequia, sin poder llegar a precisar la fecha de construcción en sí, pudiendo ser esta en ocasiones muy anterior a la fecha documentada.
Época romana
Los romanos debieron ser los primeros en construir acequias, aunque es muy difícil adscribir alguna construcción a esta época. Esto se puede intuir mediante el desplazamiento de los poblados celtíberos, que abandonan los altos de las colinas para descender hasta el valle y situarse junto a las terrazas fluviales más altas, lo que implicaría un creciente interés por el control y gestión del agua.
Acequias árabes
El desarrollo de la sociedad árabe supuso, a nivel de la Península Ibérica, un desarrollo de los sistemas de irragación. La mayor parte de las palabras relacionadas con el agua que utilizamos actualmente en el valle del Jiloca proceden del árabe: alcaduz, aceña, aljibe, acequia, alberca, almenara, azud, charaiz, etc. No obstante, esto no significa automáticamente que hubiera un gran desarrollo de las obras hidráulicas en el valle del Jiloca durante este período. La ausencia de documentación histórica nos impide comprobar esta popular adscripción de los regadíos.
Edad Media
Tras la ocupación cristiana, el valle del Jiloca quedó bastante desierto, con escasos vecinos, lo que limitó el desarrollo de los regadíos. La red de acequias del alto Jiloca aparece documentada ya en 1195, cuando Alfonso II donó al monasterio de de Piedra las Granjas de Villar del Salz (que era una pardina en las proximidades de Cella), donde uno de los límites era la Acequia Madre. A. Gargallo atribuye a estos monjes la construcción del complejo sistema hídrico del Alto Jiloca. El hecho de que exista la acequia supone que se crean conflictos con las localidades vecinas, así en 1277 Pedro III encomienda al justicia de Teruel la vista del pleito existente entre los de Villarquemado y fray Gil, granjero de las granjas de Cella y los habitantes de Cella acerca de la limpieza de acequias y otros asuntos.
En la Edad Media muchas acequias aparecen relacionadas con la construcción de molinos harineros. Desconocemos si se hizo la acequia para abastecer los molinos, o bien se aprovechó el agua de una acequia de riego antigua o nueva para instalar el molino. Sea de un modo o del otro, los Concejos intentaron financiar la construcción de las nuevas acequias y aprovechar la inversión instalando molinos harineros de titularidad municipal. Casi todas estas acequias incorporan la referencia al ingenio hidráulico en su denominación. Tenemos numerosos ejemplos:
- Acequia Molinar (Luco de Jiloca)
- Río nuevo (Monreal del Campo)
- Acequia la Rifa (Caminreal)
- Acequia del Molino (Fuentes Claras)
- Acequia Molinar (Burbáguena)
- Acequia Molinar (Báguena)
- Acequia Molinar (Daroca)
- Acequia Molinar (Fuentes de Jiloca)
En el año 1414, tras la aparición de varias disputas en el valle del Jiloca sobre la construcción de nuevas acequias, el rey Fernando I establece que sólo se pueden hacer nuevas acequias cuando exista abundancia de agua y que no se perjudique a las antiguas. En caso de pleito dentro de la Comunidad de Aldeas de Daroca es obligatorio acudir al Justicia de la ciudad de Daroca, quien debe ser informado igualmente de la construcción de todas las acequias y azudes.
Siglo XVI
Debió ser en la segunda mitad del siglo XV, después de las guerras de los Pedros, pero sobre todo a partir del XVI, cuando se documenta una nueva expansión de las acequias del valle del Jiloca.
Muchas de estas acequias fueron promovidas por los concejos locales, con el objetivo de roturar antiguos prados y repartir suertes y parcelas entre los vecinos. A veces, en aquellos municipios que no lo contruyeron durante la Edad Media, se levantaron nuevos molinos harineros para aprovechar la inversión.
Para la puesta en cultivo de los prados era preciso realizar un buen encauzamiento del río y la construcción de una red de acequias con el fin de desecar estas superficies húmedas. A veces para la construcción de acequias cuya función es la de desecado de campos, comienzan con un entramado de sillería como es el caso de algunas de las acequias del alto Jiloca .
En el caso de Mainar tenemos algunos ejemplos de acequias muy primitivas (arroyo Villarroya, Arroyo de Villarpardo) construídas para desecar zonas húmedas, que pueden ser de esta época o incluso muy anteriores.
Es también en esta centura cuando se construyen las principales acequias intermunicipales, uniendo a menudo pequeñas acequias que existían con anterioridad. La construcción de azudes y acequias intermunicipales para riego supone la necesidad de realizar acuerdos importantes entre diferentes localidades, como es el caso de la acequia de la Rifa, que parte de Caminreal y va a parar a Torrijo. Con diferentes pactos al menos desde el 1535, recogidos en la carta de alfarda de ambas localidades. Otro de los casos que afectan a varias localidades es el caso del alto Jiloca, o río Cella, donde se encuentra documentados pleitos y acuerdos desde fechas similares como veremos más adelante.
Siglo XVIII
La ampliación de los regadíos es consecuencia directa del aumento de la población y del incremento de la presión sobre la tierra. Eso explica la expansión del regadío durante la segunda mitad del siglo XVII, una vez recuperado de la crisis, y durante todo el siglo XVIII en algunas localidades muy poco pobladas con anterioridad, como Monreal del Campo o Luco de Jiloca, o la creación del Río Cella, una gran acequia que atraviesa siete términos municipales.
La construcción de nuevas acequias en el valle del Jiloca y la ampliación del regadío también está muy relacionada con la roturación y desecación de los prados y zonas húmedas de la cuenca. Para poner en cultivo estas zonas humedas hacía falta la existencia de acequias que recogieran y evacuaran el exceso de humedad, al mismo tiempo que se desviaban los antiguos cauces para evitar las filtraciones.
Limpieza, usos y derechos
Unos elementos constructivos tan sencillos y con tanta tradición histórica necesitaban, en contraposición, un complejo sistema de gestión que se hacía cargo de la distribución de las aguas y del mantenimiento de las acequias.
La gestión corría a cargo de los herederos de las acequias o de Juntas de Regantes , que se organizaban por acequias pero también por localidades, por lo que podemos encontrar varias asociaciones para un mismo cauce si este atravesaba varios términos municipales.
Estas Juntas de Regantes elaboraban sus propias ordenazas, en las que se incluía la forma de gobierno, los turnos de riegos, las obligaciones de los regantes respecto a las limpiezas de brazales e hijuelas y los costes de mantenimientos de los azudes y acequias principales. Habitualmente los gastos se repartían entre todos los regantes en función del tamaño de sus propiedades y organizados por municipios.
También era frecuente el nombramiento de un "guarda del agua", "cabacequia" o "zavacequia" que se encargaba de controlar que todo se realizara en función de lo que se determinase en las ordenanzas. Esta figura de control aparece en muchas regiones de Aragón.
La limpieza de las acequias correspondía a los propietarios, encargándose de limpiar el tramo que confrontaba con su pieza. Si la acequia tiene carácter molinar, era frecuente que el molinero se encargase de la limpieza de la misma pues era el que más la utilizaba, estableciéndose en las capitulaciones y contratos de arrendamiento del molino la limpia de la acequia. Era frecuente encontrar referencias en las contrataciones de los Concejos la obligación del molinero de realizar una o dos limpiezas anuales de la acequia de la que se surte, como sucede en el Río nuevo (Monreal del Campo).
La limpieza de las acequias ha sido siempre un punto de confrontación entre los diferentes propietarios, motivo por el cual se intenta dejar por escrito las veces que se ha de hacer, así como la responsabilidad de cada uno en cada acequia.
Cuando se redactan las reales ordenanzas del río Cella se especifica el modo limpieza (a casco), en este caso se establece el sistema de contratación de las limpiezas, encendiendo candela, y admitiendo la postura del que hiciere mas barato con las condiciones convenientes. También se tuvo la previsión de disponer unas losas en el fondo de la acequia que delimiten la profundidad de las limpiezas y por si esto no fuese suficiente se ordena realizar al lado de los azudes un pilar de mampostería con la misma altura que profundidad tendrá la acequia. También se establece la prohibición de que los ganados pasten en las proximidades de las mismas, con el fin de que no enrunen el lecho de la misma. Igualmente se prohíbe el cultivo en las proximidades de la misma para evitar que se deshaga el cauce. Tampoco se permite el regar a cada propietario, estando la figura del regador, como encargado de realizar el riego de cada finca, evitando así abusos del agua.
Para los gastos generales de limpiezas y mantenimiento de acequias madre y azudes se establece la alfarda, impuesto que hay que pagar a la comunidad de regantes, normalmente en proporción a la extensión de las propiedades. En otras acequias la tradición es la de realizar la limpieza cada uno en su cajero, hecho que no exonera de exista también la alfarda para otro tipo de gastos.
La determinación de cuando es preciso realizar las limpias de las acequias es realizada por el cabacequia, pero también lo es por parte del Concejo, realizando abusos en ocasiones, como del que le acusan al Concejo de Daroca los propietarios de los cinco molinos de la ciudad como un hecho ilícito por parte del Concejo, dejando los molinos privados fuera de uso, mientras que el molino municipal esta en perfecto funcionamiento.
Respecto a los derechos de los regantes, la mayor parte de las acequias entre las localidades de Monreal del Campo y Calamocha eran de uso libre, es decir, que todos podían regar cuando quisieran sin que existiera ninguna regamentación. En esta zona el agua es abundante y no había graves problemas de riego, por lo menos en las acequias más grandes.
Fuera de este tramo del Jiloca, las acequias reguladas por turnos y reglamentaciones son más numerosas, pues empezaban los problemas de escasez de agua en determinadas épocas. Los derechos de riego están limitados a determinados días y horas, reservando otros turnos para regantes de otras partidas o pueblos. Este sistema de riego por turnos suele recibir el nombre de "zafra". También hay que destacar que muchas hijuelas y brazales eran de "agua sobrante" o "de orillo", recogiendo las aguas sobrantes del riego de las terrazas fluviales más elevadas, por lo que sólo podían utilizarse en sintonía con los canales superiores.
La complejidad de la gestión aumenta cuando el agua empieza a escasear, como sucede en el Bajo Jiloca. Las acequias, además de atravesar varios términos municipales, están muy reglamentadas.
- Acequia de Brazo Grande (Fuentes de Jiloca)
- Acequia Molinar (Fuentes de Jiloca)
- Acequia de Novella (Fuentes de Jiloca)
A pesar de la organización, fueron frecuentes los problemas y enfrentamientos por el control de las aguas en el valle del Jiloca.
Otras funciones
Además de la general canalización del agua, las acequias también podían desempeñar otras funciones más específicas:
- Pesqueras para almacenar y conservar peces vivos.
- Agramaderos para el trabajo del cáñamo.
- Lavaderos de ropa.
Bibliografía
- Bielza De Ory, V. (1975): «Aportación al estudio de los regadíos del Jalón»; Rev. E. Geográficos
- Bolea Foradada, Juan Antonio (1978): Los riegos de Aragón. Zaragoza, Sindicato Central de Riegos de Aragón.