Energía

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En el valle del Jiloca se pueden observar varios testimonios de la evolución del uso de la energía y de su utilización en múltiples máquinas. Son numerosos los restos del empleo de la fuerza del agua para proporcionar energía a los molinos harineros, mazos de los batanes, martinetes metalúrgicos, etc. En determinados lugares con escasez de agua, como Ojos Negros, se emplea también la fuerza eólica, aprovechada a través de gigantescas aspas, para dar vida a los molinos.

Hay que esperar hasta el siglo XX para apreciar otras fuerzas de energía relacionadas con las fábricas de luz, los motores de explosión y, desde finales de la centuria, la energía eólica y solar.

La energía hidráulica

Molino de En Medio (Molino Alto)
Chocolatería de Torrelosnegros
Molinos de pólvora en Villafeliche
Cárcavo donde iba la sección hidráulica del martinete de Calamocha

Desconocemos cuando se difundió la energía hidráulica por el valle del Jiloca, pero lo cierto es que los ríos Jiloca y Pancrudo fueron utilizados desde finales de la Edad Media para mover los numerosos molinos harineros que existían prácticamente en todos los pueblos. La tecnología utilizada era muy similar en todas las localidades, con pequeñas variaciones provocadas por las condiciones de abastecimiento del agua o los accidentes del terreno.

Los molinos harineros precisaban de una balsa donde se almacenaba el agua que era conducida mediante un canal o rampa hasta la rueda de aspas, llamada rodete, dispuesta de forma horizontal. El movimiento de giro de esta rueda se transmitía por un eje vertical y proporcionaba la fuerza necesaria para mover la piedra molar o rodezno situada en la parte superior de este eje.

En el río Jiloca y Pancrudo predominaron los molinos con balsas de almacenamiento de agua, algunas de ellas, como la de Calamocha, realizada en sillería. Incluso en algunas localidades con agua abundante no fue necesario ni balsa, pues el agua era conducida directamente desde las acequias hasta el rodete. En contraposición, en otras zonas de las serranías cercanas con mayor escasez de agua, preferían trabajar con el sistema de cubos de presión, como en Barrachina, Cosa, Fonfría, Monforte de Moyuela, Piedrahita, etc. Estos cubos eran obras de buena cantería, realizadas en la parte posterior de los molinos con la finalidad de conseguir aumentar la presión del agua.

A partir del siglo XX se produce una renovación en algunos de estos molinos harineros, pasando del sistema de movimiento tradicional realizado con los rodeznos a la instalación de turbinas que conseguían una mayor fuerza y permitían la instalación de varias muelas, con un sistema de engranajes. Este proceso lo podemos constatar en el molino Bajo de Monreal, Torrijo del Campo, etc.

Las fábricas de chocolate tenían un sistema de movimiento igual al del molino harinero, en el que la fuerza del agua mueve un rodete y este mueve los molinos de chocolate, que consisten en varios cilindros metálicos troncocónicos de pequeñas dimensiones que giran alrededor de un espacio circular. Se trata de un sistema similar al de los molinos de aceite, con la excepción de las dimensiones, siendo las fábricas de chocolate más pequeñas. Existieron molinos de chocolate en las localidades de Monforte de Moyuela, Luco de Jiloca, Calamocha, Barrachina y Torrelosnegros, siendo estas dos últimas localidades las únicas que conservan la maquinaria.

Otra forma de aprovechar la energía hidráulica fueron los batanes, muy difundidos en algunos pueblos desde la Edad Media, aunque prácticamente han desaparecido todos en la actualidad. Su funcionamiento era muy sencillo. El agua movía una rueda con un eje en el que iban insertadas varias cuñas. Con su giro las cuñas levantaban y dejaban caer unos pequeños mazos, dos en los más pequeños, que golpeaban los tejidos que estaban atados y sustentados por el otro mazo. Este ingenio, a diferencia de los molinos, conseguía transformar el movimiento circular y regular de la rueda hidráulica en un movimiento horizontal y alternativo de los mazos, permitiendo una mejor trabazón de las telas tejidas artesanalmente y un desengrasamiento de las mismas. Con un mecanismo influenciado por los batanes funcionaron también algunas fábricas de papel en Calamocha, de las que no se conservan restos, los molinos de pólvora de Villafeliche y varias serrerías distribuidas por numerosas localidades como Calamocha, Cucalón, etc.

A finales del siglo XVII, por influencia de los emigrantes auverneses, aparece en Calamocha otra forma muy novedosa de utilizar la energía hidráulica. En el año 1686 construyen una instalación metalúrgica para elaborar calderos y planchas de cobre. En esta fábrica o martinete la balsa de almacenamiento del agua se localiza encima de los ingenios hidráulicos, cayendo el agua verticalmente sobre la rueda ubicada en un enorme cárcavo, lo que permite aumentar la presión. Esta rueda posee un eje con cuñas que, al modo de los antiguos batanes, transmite la energía a dos enormes mazos que se utilizan para forjar el metal. Este modelo de industria metalúrgica fue copiada en otros martinetes construidos posteriormente en el Sistema Ibérico.

Sin embargo, la mayor innovación tecnológica de esta nueva fábrica metalúrgica fue la construcción de una trompa de soplado o caja de vientos, situada igualmente en el interior del cárcavo. Es un invento italiano que convierte la energía del agua en presión de aire. Empieza a aplicarse en Italia a comienzos del siglo XVII. Su difusión por Europa fue muy lenta, llegando a mediados de siglo a Alemania y Francia. Desde este último país se introdujo en Cataluña, adquiriendo una gran difusión entre las fargas catalanas, y en Aragón, a través de los emigrantes auverneses. La trompa de soplado conservada en Calamocha, que todavía se puede observar en los restos de la instalación, es posiblemente una de las más antiguas de España.

En el valle del Jiloca, como vemos, existían variaciones de casi todos los tipos de máquinas hidráulicas conocidas. El problema de estos ingenios era su estrecha relación con las fuentes de energía. La máquina tenía que tener su propia fuente de alimentación, sirviendo al mismo tiempo para obtener la energía y para desempeñar las tareas mecánicas que le eran propias, lo que limitaba su potencial expansión, pues no se podían instalar alejadas de las corrientes de agua.

La energía eléctrica

Fábrica de luz de El Poyo
Archivo:Fábrica de harinas de Barrachina.jpg
Fábrica de luz de Barrachina
Vista interior de la fábrica de luz "La Salumi" de Calamocha
Fábrica de luz de Burbáguena

La individualización de la máquina industrial como tal y su difusión fuera de los cauces de los ríos sólo fue posible con la aparición de las primeras centrales hidroeléctricas y, en menor medida, la difusión de los derivados del petróleo y el carbón, que permitieron la instalación de los primeros motores eléctricos y de combustión.

En las dos primeras décadas del siglo XX se instalaron varias fábricas de luz. Las dos primeras, Electra de Sierra Menera y la central de Francisco Loma, surgieron para suministrar energía a las nuevas empresas que se instalaron en Ojos Negros (Compañía de Sierra Menera) y Calamocha (Fábrica de Mantas). Las otras tres, ubicadas en Luco del Jiloca (Eléctrica Ribera de Jiloca), Caminreal (Antonio Moya) y Monreal (Daniel Monzón) vendían la energía a todos los particulares que la solicitaban a través de unos tendidos que llegaban a los pueblos cercanos.

Las instalaciones industriales y las nuevas fuentes de energía aparecen muy relacionadas en sus orígenes. Las nuevas máquinas industriales demandaban mucha energía y la creación de una central hidráulica, sobre todo si se construía “ex novo”, exigía unos capitales que sólo podían provenir de grandes industriales. Los sobrantes eléctricos de Electra de Sierra Menera y la fábrica de luz de Francisco Loma, una vez satisfechas las necesidades de las industrias, eran vendidos a particulares.

Las otras tres centrales hidráulicas construidas a principios de siglo, de menor tamaño, fueron instaladas por emprendedores locales que apreciaron el valor que podía adquirir estas nuevas fuentes de energía. El capital invertido fue escaso, limitándose a reformar antiguos ingenios hidráulicos, para instalar en ellos las nuevas turbinas productoras de electricidad: martinete de cobre y molinos harineros. Esto fue muy habitual en otros lugares de Aragón, ubicando las nuevas empresas energéticas en saltos de agua que, anteriormente, estaban dedicados al funcionamiento de molinos.

En un principio, la energía no podía transportarse a grandes distancias a causa de la baja tensión de los tendidos, por lo que se limitaba a abastecer a las localidades cercanas. A medida que se extendieron los tendidos eléctricos, se mejoraba la distribución mediante los transformadores y se apreciaba el potencial beneficio de las fábricas de luz, fueron otros emprendedores locales los que se animaron a reconvertir viejos ingenios hidráulicos. En la década de los treinta aparecieron nuevas centrales en El Poyo, Calamocha, Barrachina y Burbáguena.

Todas estas empresas eléctricas eran de pequeño tamaño y escasa potencia, lo que impedía garantizar un suministro estable y limitaba la instalación de nuevas industrias transformadoras. Había un enorme minifundio, que se contentaba con el abastecimiento de la localidad en donde estaban ubicadas y, en el mejor de los casos, a algunas otras próximas. Aprovechaban cursos de agua irregulares, tanto por la cuantía de las precipitaciones como por su uso en verano para el riego, por lo que cualquier oscilación repercutía en la producción energética. Los dueños de las empresas eléctricas se quejaban continuamente de los abusos de los agricultores, que superaban considerablemente las dotaciones destinadas a fines agrícolas y no respetaban los mínimos caudales de las concesiones de los saltos.


Las redes de distribución

Torre de alta tensión

A mediados de siglo XX una gran parte de la comarca, Bádenas, Fonfría, Bea, Nueros, Rubielos de la Cérida, Corbatón, Nogueras, Santa Cruz de Nogueras y Bádenas, carecían de suministro eléctrico. Se estudiaba la posibilidad de enlazar con la red de Rivera Bernad y compañía, una de las mayores empresas de la provincia que operaba en el Bajo Aragón, o con las locales de Electra Virgen de la Peña (ubicada en Pitarque) y la fábrica de Burbáguena, aunque en estos dos últimos casos habría problemas en el suministro, ya que eran empresas con muy poca potencia.

El resto de la comarca, aunque tenía posibilidad de utilizar la energía eléctrica, se veía continuamente sobresaltada por las bajadas de tensión y la escasez del suministro. En muchas localidades sólo se permitía una lámpara incandescente por vivienda (en Monreal del Campo se llegaron a instalar silbatos, denominados chicharras, que avisaban cuando alguien ponía más de una bombilla) y no se admitían nuevos abonados, por lo que cualquier empresa que quisiera instalarse debía generarse la electricidad por sus propios medios. Era una situación insostenible y las quejas eran continuas.

En 1955 se planteó la posibilidad de que Eléctricas Reunidas de Zaragoza, construyera una línea de media tensión desde Teruel a Daroca, siguiendo el valle del Jiloca, con un ramal hacia Ojos Negros, lo que permitiría garantizar un abastecimiento regular a toda la zona. En 1956 Eléctricas Reunidas de Zaragoza amplia capital y compra un importante paquete de acciones de Electra de Sierra Menera, constituyéndose en el germen, junto con otras empresas de Eléctricas Turolenses.

A mediados de la década de los sesenta la nueva línea entre Daroca y Teruel estaba en funcionamiento, integrando las redes eléctricas de la comarca del Jiloca en otras más extensas que se bifurcaban por todo Aragón. Al principio se pensó que las viejas centrales eléctricas del Jiloca podrían seguir funcionando, limitando el suministro a algunas fábricas o instalaciones (como el tendido eléctrico público) o vendiendo su energía a Eléctricas Turolenses. Con el paso de los años se vieron truncadas todas estas ideas, ya que las viejas centrales no tenían capacidad ni medios para competir con las nuevas líneas de Alta Tensión, iniciando un proceso de decadencia que conducirá al cierre y abandono de todas ellas.

Energías alternativas

A finales del siglo XX empezaron a proliferan en numerosos pueblos del Jiloca instalaciones solares destinadas a obtener energía procedente de la luz solar. El auge de estas instalaciones estaba motivada por los incentivos fiscales que otorga el Estado Español a las energías alternativas. El valle del Jiloca es una zona muy interesante para este tipo de energías renovables, ya que tenemos un clima con muy poca humedad y nubes que impidan la llegada de la luz solar, que es la energía utilizada por las instalaciones.

Toda la energía obtenida en las instalaciones solares es evacuada a través de las redes de alta tensión de Eléctricas Turolenses, sin que se consuma en nuestra tierra.

Mención aparte merecen los molinillos de energía eólica que han proliferado por toda España gracias a los incentivos estatales. En el valle del Jiloca no son muy numerosos, pues no es zona de fuertes vientos, aunque sí que se han solicitado permisos para su instalación en sectores periféricos como la Sierra de Herrera y Cucalón:

  • Parque eólico Allueva
  • Parque eólico La Torrecilla (Pancrudo)
  • Parque eólico Pelarda (Fonfría)
  • Parque eólico Sierra de Oriche (Allueva y Anadón)
  • Parque eólico Herrera de los Navarros
  • Parque eólico San Miguel de Herrera (Herrera de los Navarros)

Fuera de Aragón, pero con un fuerte impacto visual en el valle del Jiloca, hay que destacar el Parque eólico de Sierra Menera, en la vertiente castellana de Setiles.

Bibliografía