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La aportación a la farmacología de los misioneros españoles en Filipinas

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La aportación a la farmacología de los misioneros españoles en Filipinas

Category:Actividades culturales
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Artículo digital extraído de Ecclesia Digital.

IMG_2969OMPRESS-FILIPINAS (12-02-10) Un congreso recién celebrado en Manila recuerda a los religiosos que en el pasado hicieron notables aportaciones a la farmacología, entre ellos un agustino recoleto, Félix Guillén. No fue el único; al contrario, este tipo de intereses es frecuente, como fruto natural del auténtico celo apostólico.

El próximo año 2011 cumple cuatro siglos el foco cultural más importante de Filipinas, la Universidad de Santo Tomás (UST). Fue fundada en 1611, en la capital del Archipiélago, por el tercer arzobispo de Manila, Miguel de Benavides. Desde el principio y hasta el presente ha sido regentada por los dominicos, Orden a la que Benavides pertenecía.

Entre las actividades que preparan este Cuarto Centenario, se acaba de celebrar –los días 8 y 9 de febrero un encuentro sobre historia de la farmacia y la aportación a ella de los misioneros españoles. Los organizadores han sido, por una parte, la Biblioteca y la Facultad de Farmacia de la Universidad filipina y, por otra, algunas instituciones españolas como la Universidad Cardenal Herrera de Valencia y el Centro de Estudios del Jiloca.

Este último organismo representa a los 40 municipios que forman la comarca del río de este nombre; comarca situada al noroeste de la provincia de Teruel, en la comunidad autónoma de Aragón (norte de España). De ella proceden dos misioneros beneméritos por su aportación a la farmacología filipina: el dominico Marcos Laínez y el padre Félix Guillén, agustino recoleto.

El primero (1851-1916) fue una persona dedicada al estudio y a la enseñanza en la UST, cuya cátedra de química regentó y de la que fue rector. Guillén fue un misionero en el sentido más propio del término: un religioso dedicado a la cura de almas en el ámbito rural. Pero no por ello se desentendió de cuanto fuera estudio, ciencia o técnica. En ello coincide con tantos otros hermanos de hábito a quienes su celo por las almas les llevaba a interesarse por los adelantos científicos y las posibilidades técnicas: desde las variedades de cultivos hasta los tipos de edificación, pasando por la construcción de instrumentos musicales o la medicina, y aun por asuntos tan peregrinos como el curtido de la piel de los murciélagos.

IMG_2995Félix Guillén nació en Monreal del Campo (Teruel) el año 1846 y no pasó a Filipinas hasta cumplidos los 28 años, cuando ya era sacerdote y había desempeñado incluso el cargo de vicemaestro de novicios en Monteagudo (Navarra). Su estancia en Filipinas no fue muy larga, en comparación con la de otros frailes: poco más de 20 años. Pero le bastó para adquirir gran dominio de la lengua bisaya e imprimir un voluminoso devocionario en este idioma. También compuso y dio a la imprenta en español una gramática que facilitara el estudio de esa lengua, la ordinaria en el sur de Filipinas.

Tras 8 años de estancia en el Extremo Oriente, en 1882 es destinado como viceprior al convento de San Millán de la Cogolla, en España. Son tiempos en que los medicamentos no se sintetizan en laboratorios; el único laboratorio existente es el que pone a disposición la madre Naturaleza. De él ha entresacado fray Félix toda una colección de plantas y hojas medicinales filipinas que lleva en su equipaje como donación a la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza. La colección, que incluye índice de nombres así como variadas observaciones sobre las propiedades de las plantas y su aplicación, es fruto de mucho esfuerzo, una observación prolongada y la constante práctica de la homeopatía.

Fray Félix Guillén volverá enseguida a Filipinas, en 1884. Al año siguiente es nombrado prior del convento central de la Orden, en Manila. Y en 1888 regresa a su isla de Bohol, donde permanecerá otros 10 años, hasta que estalla la revolución contra España y él, igual que varios cientos de religiosos, tiene que escapar del Archipiélago.

En febrero de 1899, vía San Francisco, saldrá de Manila al frente de una misión de 12 religiosos camino de Panamá. Poco podrá disfrutar del Nuevo Mundo. Apenas llegado, es atacado de fiebres malignas en la región selvática del Darién y debe ser trasladado al convento de San José, en la capital panameña. Allí fallecerá el día 13 de junio de 1899.

Guillén no es el único agustino recoleto que entregó su vida a la evangelización de Filipinas; ni fue el único que concibió la labor pastoral como algo integral, interesada en todas las dimensiones de la persona. Como él, en su tiempo, hubo otros muchos. Sin salirnos del ámbito de la botánica, podríamos citar a Mariano Gutiérrez, que estudió la gutapercha y mantuvo intercambio con diversas asociaciones científicas de España y Filipinas; o a Narciso de Jesús María, que colaboró en la enciclopédica Flora de Filipinas, del agustino Francisco Manuel Blanco; o a Antonio Fuertes, premiado en la Exposición de Manila de 1882 por el vino de misa que producía en su pueblo de Carmen (Cebú).

Y, puesto que de aragoneses se trata, en su aportación al encuentro de la UST, el Centro de Estudios del Jiloca podría haber añadido los nombres de otros dos agustinos recoletos procedentes de Aragón. Uno, Pedro García, natural de Ateca (Zaragoza), que confeccionó un herbario formado por 4.000 ejemplares, junto con un muestrario de 410 maderas procedentes de Tayasan (Negros Oriental). Las dos colecciones fueron enviadas al Gabinete de Historia Natural del convento de Monteagudo; el herbario se ha perdido, pero parte de las maderas se exponen en el Museo de Marcilla.

El otro aragonés, ilustre por su santidad, es el beato José Rada, que padeció martirio en 1936, al comienzo de la Guerra Civil española. Éste también pasó muchos años en la isla de Bohol, y desde allí, desde el pueblo de Sierra Bullones -el actual Pilar-, envió a la Exposición de Manila de 1887 un total de 52 clases diferentes de arroz, cosa que mereció del Gobierno de la Isla la medalla al mérito civil.


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